Castilla

No era el sueño eterno, ni el verde manto se tiñó de rojo, no hubo armas ni estallidos, acaso luchas encarnizadas. Un montón de cuerpos yacían desperdigados por la pradera, completamente agotados y sumidos en una atmósfera soñolienta. Podían oírse sus resuellos. Carentes de toda energía física, pero alentados por el último vestigio de lucidez que había quedado tras el alcohol de bota, nuestros cerebros recalentados luchaban por mantener la consciencia y crear connadas (1), el caos; eran los únicos signos de actividad y vida aparente. Afuera Castilla, primavera, campos de cebada. Y así permanecimos, conectados de forma mágica, sin necesidad de cables ni antenas, a ese astro divino, Sol de mediodía dominador, magia absoluta, fisión celular de la materia gris, dosis extra de energía para lo que estaba por llegar. Acompañando a esos rayos vino una suave brisa, refrigerio sosegador, un aire cambiante sobre nuestras caras, y hermanados hicieron de aquel momento un espacio de ensueño. El resto lo hizo el pop en modo aleatorio; alguno llegó a perder el sentido tras la chanson. Los ojos estaban cerrados y el oído, concentrado ante el menor silbido, era así nuestro único sentido, de vivir. Ni siquiera aquellos chiquillos que, ajenos al proceso de recarga, chillaban traviesos a nuestro alrededor como golondrinas que anuncian la llegada del buen tiempo, conseguían distraer nuestra atención. Lamentablemente ese momento no fue eterno, aunque volverá con nuevos rescoldos. Tres gin tonics de licorería los apagaron y nos devolvieron al lugar de partida: Santa Cruz de Velaan.
(1) Connadas son espacios con nada, activos, ehhhh absolutos, de trascendencia, de sacralidad, sagrados, para la protección del hombre (Jorge de Oteiza)